SAG Assesment & Consulting

La psicología, la sociología y los patrones de comportamiento de un defraudador

Avatar de Estefanía Ciendúa Rivera
Estefanía Ciendúa Rivera

La comprensión del Fraude holísticamente y de la forma en la que se busca contenerlo de manera contundente, requiere de la reunión de esfuerzos de diversas disciplinas como lo son la psicología y la sociología, que, en sinergia con las herramientas y procedimientos aportados por las ciencias económicas, pueden establecer una solución viable enmarcada en el estudio del comportamiento de los individuos y podrían fortalecer el carácter preventivo en las organizaciones.

Introducción

El estudio de comportamiento del defraudador ha puesto como indefectible abandonar la creencia que solo es un tema que le compete a contadores, abogados o jueces; pensar en fraude ha despertado en muchas otras disciplinas el ánimo de no solo tratar y estudiar el delito y las repercusiones económicas para Gobiernos y Organizaciones, sino centrar sus esfuerzos en el análisis comportamental de quienes son los perpetradores.

El fraude, con el pasar de los años ha adquirido un protagonismo que demanda mucho más que trasladarse a pensar en la ausencia, fortalecimiento o evaluación de controles, se ha convertido en un aspecto que requiere de investigaciones multidisciplinares. Dichos análisis más concentrados en las personas, sus motivaciones y emociones más que en el delito, podrían enriquecer el fortalecimiento de la cultura organizacional, clarificar estrategias de defensa y como resultado, lograr disminuir la probabilidad de ser víctimas de este flagelo.

El objetivo de este artículo es conceptuar respecto a la importancia de la incursión de otras disciplinas como la sociología y la psicología en la prevención y detección de fraude, para que se logren establecer parámetros o guías de evaluación de comportamiento para la identificación de potenciales defraudadores.

Se empleará un enfoque interpretativo descriptivo, en el que bajo el marco de la teoría del Triángulo de Fraude y las adaptaciones realizadas por varios autores en el tiempo, se logre permear y ayudar a los ambientes organizacionales con el fortalecimiento del control de la actividad criminal en el escenario de los delitos económicos.

Un objetivo mancomunado

Tal como lo han mencionado varios autores durante la última década: “comprender el fenómeno del fraude desde la perspectiva del defraudador, ha ocupado el interés de diversas disciplinas como la criminología, la contaduría, la auditoría y la psicología”(Eduardo Ivan & Santos-mera, Jaime Eduardo, 2017, p. 74), sin embargo, este ideal se ha visto limitado con pocos acercamientos y planteamientos científicos reales, donde se vea la sinergia de dichas disciplinas en el cumplimiento de un objetivo común. Adicional, la Sociología también «nos aporta un contexto conceptual inicial atractivo desde el que es posible entender a grandes rasgos los hechos constitutivos de fraude” (Ferrer-Sapena & Sánchez-Pérez, 2018, p. 357).

El triángulo del Fraude y sus adaptaciones como contribución metodológica

Para darle alcance a lo anterior, es de esperar que cualquier individuo que haya participado en el uso de las ciencias económicas, sea a nivel académico o en su desempeño laboral, conozca la teoría del Triángulo del Fraude, del criminalista y sociólogo Donald Cressey, quien dió vida a las tres vertientes o elementos indispensables para que un fraude se materialice, la presión, la oportunidad y la racionalización.

La comisión de cualquier fraude sea: económico, científico o académico, responde a la concurrencia de tres situaciones: la presión que las circunstancias ejercen sobre la persona que tomará la decisión de cometerlo; la oportunidad de convertir esa posibilidad en un acto; la racionalización, que permite la justificación ante sí mismo de la realización de un acto calificable, al menos, de deshonesto

Ferrer-Sapena & Sánchez-Pérez, 2018, p.358

La teoría desde los años 60, ha intentado mostrar cómo la unión de estos tres factores logran que una persona llegue a cometer un fraude, lo que hace pertinente que el estudio del fraude se dé a partir de la perspectiva y visión del defraudador y para ello, es casi indiscutible que el análisis del comportamiento humano, juegue un papel excepcional en el camino aún poco maduro por intentar determinar parámetros no generales sino particulares, ya sea como rasgos llamativos y tal vez reiterados en los individuos analizados, para que sean convertidos en herramientas de detección de potenciales defraudadores.

Evaluación comportamental

Hablar de Presión es entender que como seres humanos y desde la perspectiva de la supervivencia debemos suplir nuestras necesidades, pueden no ser de naturaleza financiera por ejemplo, “(adicciones, falta de disciplina personal, satisfacción del ego, reputación o presión social) o financiera, (problemas económicos repentinos, deudas de juego, estructura salarial o bajo salario, problemas financieros para la entidad)” (Molina Sánchez, 2014, p. 399), sin embargo, sentir o tener la necesidad de suplir cualquier necesidad, no compromete ni dictamina que gracias a ello, todos los individuos bajo esta condición cometan un fraude.

Por lo anterior, es necesario que las otras dos aristas entren en juego. La Oportunidad por su parte, se resume como esa forma o método mediante el cual se cometerá el fraude y que se ve agudizada por la probabilidad de que alguien cuya actuación, comportamiento y dinámica social le hayan permitido obtener confianza y autonomía en el acceso o dominio de los procesos, viabilice el ilícito, sin desmeritar que la simple percepción de controles débiles o la ausencia de los mismos, abra una baúl de oportunidades para su cometida.

Las razones que mantenga o adopte un individuo para materializar un fraude, se explican cabalmente mediante la Racionalización. Muchas mentes defraudadoras logran convencerse de la justicia en su propio actuar. “El sujeto defraudador mantiene un diálogo interno, un conjunto de ideas que autoverbaliza in sensu, con las que busca mantener su imagen de no culpable o no responsable de la situación fraudulenta, incluso puede mantener un patrón de defensa alopática, es decir, proyectar la responsabilidad de sus acciones a otros ”(Eduardo Ivan & Santos-mera, Jaime Eduardo, 2017, p. 7), lo anterior, no desconoce la culpa ni la conciencia del defraudador en que su actuar es indebido, pero el papel de la racionalización es permitirle aseverar que contaba con las razones adecuadas que justifican atentar contra principios morales y exponerse a repercusiones legales.

La teoría del triángulo del fraude ha sido el motor sustancial para desarrollar procedimientos de auditoría para la detección de fraudes, sin embargo, el estudio de la teoría y otros estudios de comportamiento, han propiciado que se hayan aportado dos elementos integrantes, la Motivación y la Capacidad, relacionados con el campo de la racionalización, ya que este se centra en las características y rasgos de comportamiento humanos.

La Capacidad del defraudador lo pone en un lugar de privilegio, al identificar con agilidad cualquier oportunidad que se presente y naturalmente hacerlo de manera que pueda no ser descubierto. Dichas capacidades también consisten en saber mentir, combatir con el estrés que sugiere el cometer un delito, poder obligar a otros si lo considera necesario y hasta tener la experiencia adecuada para hacerlo.

La Motivación, es considerada como la razón principal por la cual el individuo decide defraudar y logra apartarse de la presión, ya que varios autores han coincidido, en que un individuo que comete un fraude puede no estar presionado por factores financieros o no financieros, es decir, puede no tener la necesidad pero su inquietante motivación puede ser el dinero, o por el contrario, “para algunas personas el dinero, el lujo u otro beneficio material no es suficiente para motivar una conducta” (Eduardo Ivan & Santos-mera, Jaime Eduardo, 2017, p. 78).

Es por ello que es supremamente importante analizar la motivación como causa principal del fraude; parece fácil describirla, pero no lo es, porque proviene de cada individuo, no es fácil de observarla directamente ya que ésta se manifiesta por medio de la conducta externa, pero existen patrones que pueden ayudar a evaluar la conducta o el comportamiento del individuo, que depende mucho de sus necesidades, sus valores sociales, y sus capacidades propias como persona.

Hernández Ludivia, 2018, p. 77

Es relevante hacer énfasis en que todos estos estudios encaminados a resolver por qué un individuo comete un fraude, no garantizan que la reunión de todos los elementos culmine en la materialización de este; como lo afirma Hernández Ludivia (2018) “para que exista el fraude se deben dar un conjunto de condiciones que dependen en primera medida de la persona y posterior de factores externos” (p.78), y al centrase en la persona, la conciencia juega un rol incipiente y según lo menciona Serafim & De Barros (2019) “los individuos con mayores niveles de conciencia son menos propensos a tener un comportamiento desviado, lo anterior, se traduce en que los altos niveles de conciencia se relacionan con una mayor percepción de riesgo», lo que reduce la participación delictiva. La ética y la proliferación de la integridad, se fundamentan como mecanismos de las organizaciones para entorpecer o dificultar la comisión de fraudes.

La instauración de modelos de gobierno corporativo y de la cultura organizacional antifraude se han desarrollado ampliamente durante los últimos años, conscientes de que el fraude está estrechamente relacionado con el nivel de integridad de las personas que trabajan en las organizaciones y que se refleja en el comportamiento de los individuos ante situaciones específicas, de allí la necesidad en el estudio de dicho comportamiento y de concientizar a partir del ejemplo, tal como lo mencionó Molina Sánchez, 2014, p. 413 «si los máximos responsables se someten a estrictas normas éticas, la racionalización del fraude disminuye” .

Existen algunos acercamientos de investigaciones psicológicas y psiquiátricas acerca del comportamiento delictivo, que han mostrado entre muchas afirmaciones, teorías de trastornos de personalidad antisocial arraigados al actuar criminal de delitos como la corrupción, donde “se ha reconocido que la personalidad individual es un elemento importante en la adopción de comportamientos y actitudes, con varias personalidades negativas. Los rasgos se han asociado con comportamientos moral y éticamente cuestionables” (Serafim & De Barros, 2019, p. 95).

Son muchos los casos en que los defraudadores muestran en su perfil, un conjunto de características deseables en cualquier empleado, sin embargo, no se debe desconocer que “estos las orientan con sus motivaciones personales y contrarias a los intereses de las corporaciones y la sociedad en general, son innovadores creativos y muy inteligentes” (Eduardo Ivan & Santos-mera, Jaime Eduardo, 2017, p. 85). Por ello, ser reiterativos únicamente en la cuantificación de daños por delitos económicos ya cometidos, y de esta manera “no valorar el carácter moral del problema o darle un sesgo exclusivamente economicista puede conducir con facilidad a conclusiones parciales que pierden de vista la raíz misma del problema” (Alberto, 2008, p. 125).

Desafíos

En lo que compete a Colombia, y tal como lo describe Vargas Espinosa et al. (2019) “los psicólogos se desempeñan principalmente en el ámbito penal pero en temas como delitos sexuales en niños y en la mayoría de los casos trabajan con víctimas, en donde, realizan evaluación de los hechos con el objetivo de generar un informe para ser presentado ante un juez” (p.329), es decir, trabajan para delitos asociados con la agresión interpersonal, más no en los delitos económicos perpetrados por defraudadores muchas veces denominados de “cuello blanco” y evidentes en flagelos como la corrupción.

No obstante, la unión de esfuerzos de diferentes disciplinas contribuirían en diversas etapas del frente que se requiere para combatir el fraude, si así se estableciera “la evaluación del riesgo de fraude, la detección de delitos económicos y la previsión de situaciones que puedan favorecer los procesos fraudulentos, se realizarían así dentro de un mismo entorno conceptual, basado en la sociología -la teoría del triángulo del fraude y sus actualizaciones, y de carácter formal”(Ferrer-Sapena & Sánchez-Pérez, 2018, p. 359). Sin embargo, aún son pocos los estudios científicos sobre el tema y mínimos los que contemplan una concurrencia de diferentes disciplinas. Lograr que muchos investigadores centren sus esfuerzos en indagar la salud mental de los defraudadores y en el establecimiento de un marco teórico generalizado para su tratamiento, contribuiría sin duda alguna a abordar el problema de manera más eficaz.

Conclusiones

La lucha trasnacional contra el fraude, requiere de manera indiscutible de una sinergia entre diferentes disciplinas tanto económicas como sociales, que viabilicen objetivos concretos fundamentados en obtener tanto estructuras conceptuales sólidas, como metodologías estandarizadas y probadas, que más allá de medir impactos cuantitativos del fraude, aporten soluciones de carácter mitigante y preventivo enfocados en el análisis profundo del comportamiento humano, cuyos alcances no monitoreados, puedan convertir este flagelo en una patología social sea o no determinada por la reunión o concurrencia de las tres variables del modelo del triángulo del fraude y sus modificaciones no sustanciales en el tiempo.

Referencias

  • Alberto, S. (2008). La corrupción como patología del bien común . El caso de Hong-Kong. Revista Empresa y Humanismo, XII, 121–188.

  • Eduardo Ivan & Santos-mera, Jaime Eduardo, G. C. (2017). Geometría del fraude*. Cuadernos de Contabilidad, 17(45), 74–85. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cc18-45.geof

  • Ferrer-Sapena, A., & Sánchez-Pérez, E. A. (2018). Aportaciones metodológicas para luchar contra el fraude: un reto multidisciplinar. Anuario ThinkEPI, 12, 356. https://doi.org/10.3145/thinkepi.2018.60

  • Hernandez Ludivia. (2018). La auditoría forense y el pentágono del fraude. Repositorio, 69–84. http://dx.doi.org/10.21017/Pen.Repub.2018.n8.a33

  • Molina Sánchez, H. (2014). El fraude en la información empresarial en el marco de las relaciones financieras. Revista de Fomento Social, 69, 395–420. https://doi.org/10.32418/rfs.2014.276.1595

  • Serafim, A. D. P., & De Barros, D. M. (2019). Corruption: The culture of a society and/or personality factors? Revista Brasileira de Psiquiatria, 41(1), 95–96. https://doi.org/10.1590/1516-4446-2018-0302

  • Vargas Espinosa, N. M., Norza Cespedes, E. H., Amaya Corredor, L. J., Cárdenas Mariño, L. M., Delgado Gonzalez, E. C., González Beltran, K. J., Henao Martinez, L. M., Medina Sequeda, D. C., Pinzón Martinez, K. M., & Zamora Moreno, M. F. (2019). La evaluación psicológica en los campos de la psicología jurídica en Colombia: psicología forense. Diversitas, 15(2), 315–333. https://doi.org/10.15332/22563067.5403